La historia del Premio Casa es la historia de los frentes culturales abiertos en la trinchera de “los otros”

Por Sheyla Valladares

Las diversas responsabilidades que asume cotidianamente el historiador cubano Yoel Cordoví, entre las que se encuentra presidir el Instituto de Historia de Cuba, no resultaron suficientes para impedir que participara en la edición 62 del Premio Literario Casa de las Américas, como parte del jurado de la categoría Ensayo de tema histórico social.

Como investigador acucioso tiene en su haber libros como Máximo Gómez: utopía y realidad de una república (2003), Liberalismo, crisis e independencia en Cuba (2003), La emigración cubana en los Estados Unidos: estructuras directivas y corrientes de pensamiento.1895-1898 (2012), Magisterio y nacionalismo en las escuelas públicas de Cuba, 1899-1920 (2012), y En Diagonal con Clío. Debates por la historia (2018).

De ahí que comprenda la importancia de visibilizar y promover las reflexiones sobre las más diversas disciplinas que conforman el conjunto de las ciencias sociales y humanistas a nivel latinoamericano y caribeño, una de las tareas que se propuso Casa de las Américas desde su fundación hace más de sesenta años.

En este sentido, el Doctor en Ciencias Históricas y quien obtuvo recientemente la Orden Carlos J. Finlay, que entrega el gobierno cubano en reconocimiento a los aportes al desarrollo científico del país, considera que la categoría Ensayo de tema histórico social del Premio Casa contribuye a conformar un catálogo en el que abundan otros modos de crear y recrear tradiciones, imaginarios, resistencias, formas de trabajo y de lucha, con ritmos y temporalidades divergentes de los modelos homogeneizadores que buscan imponer los centros de poder dominantes.

En momentos en que la infodemia, junto con la desinformación y las fake news, han venido a sumarse a los padecimientos actuales que sufre la humanidad, ¿acaso puede el estudio de la historia, tal como lo conocemos, servir de antídoto para comprender la “realidad” y sus orígenes en medio de este panorama?

No es que la desinformación y la mentira en materia de historia sean fenómenos recientes, y de ahí las tensiones que han presidido la construcción y la lucha por el control de los relatos legitimadores de los grupos hegemónicos, por la capitalización de los usos públicos de la historia a favor de sus intereses. El marxista británico Eric Hobsbawm, en los tempranos noventa del pasado siglo, advertía que en el mundo globalizado post- 1989, la historia se encontraba amenazada, al punto de convertirse en un arma mortal en manos de quienes la manipulaban con intereses económicos o geopolíticos específicos, dividiendo naciones y enfrentando a sus habitantes en bandos rivales según etnias y religiones. Desde luego, en un mundo interconectado a través de redes sociales, internet, teléfonos móviles, así como la cada vez más creciente dependencia de cientos de miles de personas a estas plataformas como fuentes de información (en ocasiones la única fuente), resulta explicable que estos peligros se incrementen de manera exponencial.

En un régimen comunicacional donde se manipulan las creencias y los sentimientos, distorsionando de manera deliberada la realidad, donde el prefijo “pos” se apodera hasta de la “verdad” y se pretende que la naturaleza del conocimiento histórico – y de las ciencias sociales en general- desdibuje sus fronteras con la ficción, la investigación, la enseñanza y la divulgación de las historias nacionales, en sus interconexiones, contribuyen al mejor entendimiento de los hechos y procesos históricos en su complejidad y riquezas. Desde la historia, en su dimensión cognitiva, pero también en el alcance ético –humanista- que implica su enseñanza, pueden generarse discursos críticos, constructivos, sin odios, que propendan al acercamiento entre individuos y naciones mediado por una cultura de paz, a la equidad e inclusión de rostros tradicionalmente marginados de las grandes narrativas nacionales, y que hoy aparecen entre los más vulnerables por los efectos (biológicos y sociales) de la pandemia.    

Imposible frenar la aceleración del intercambio informacional digital y su impacto en la esfera pública, a fin de cuenta no se trata tampoco de negar las bondades de la informatización de las sociedades. El punto está más bien en insertarnos de manera responsable, desde una historia fundamentada y atractiva, sin interpretaciones maniqueas que busquen verdades “a la medida”, conscientes de que, en escenarios de confrontación y desorden informativo, la mejor manera de encontrar “filtros” a las fake news en materia historiográfica, es formar a ciudadanos (as) en un pensamiento histórico crítico.  

Actualmente el desarrollo de los procesos políticos y sociales que ocurren en todo el mundo, particularmente en América Latina, está mediado por numerosas variables, entre ellas la irrupción de las nuevas tecnologías y su incidencia en la vida cotidiana, ¿el estudio histórico ha marchado paralelo a esta transformación para encontrar las formas más eficaces de entender y traducir estos procesos?

Esta pregunta es interesante, pues en la búsqueda de las posibles respuestas, estaría la reflexión acerca del papel de la ciencia histórica en la comprensión de los fenómenos y procesos que afectan a nuestras sociedades. De inicio considero que es imposible sustraer el desarrollo de la disciplina histórica, en cualquiera de sus etapas, de las transformaciones sociales, económicas y políticas, como tampoco del influjo de las nuevas tecnologías. De hecho, estas han contribuido a la ampliación y sofisticación de los métodos de análisis e interpretación de las fuentes históricas, así como a la búsqueda de información del especialista. Todo saber está enraizado en un contexto social. Más bien pienso que en ese transitar de la ciencia histórica y las tecnociencias, la producción del conocimiento histórico no deriva de una modificación en las percepciones de los procesos de cambios estructurales, incluidas las mentalidades, al menos para ser entendidos desde una perspectiva compleja e integral.

Desde luego, el presente no deja de interrogar al pasado. De ahí que en las últimas décadas de la pasada centuria presenciamos el interés de los historiadores por tener en cuenta el componente subjetivo en los análisis históricos. Enfoques sociales y culturales en el estudio de los procesos históricos llegan aparejados de la inclusión de nuevos “rostros” hasta entonces marginados, ocultados, deformados en tanto construcción de “el otro” en las narrativas nacionales del positivismo. Tales replanteamientos epistémicos serán mucho más visibles en el decurso de estos últimos años, asociados a la visible deuda social, ecológica, cultural, etc., que la emergencia de la sociedad de la información –posteriormente del conocimiento- deja a su paso con los sectores, grupos y territorios más vulnerables a la pobreza y la desigualdad.

Pero no basta con visibilizar el pasado de hombres y mujeres “sin historias”, para entender la complejidad de las transformaciones, máxime cuando no faltan quienes procuran desprender el presente de su devenir, de las cadenas de tradiciones que conducen a eventos nada deseables como revoluciones sociales o culturales y hasta a los orígenes de las referidas deudas. Por tanto, se requiere ante todo identificar problemas que exijan el concurso de múltiples saberes capaces de integrar en proyectos de investigación lo que de momento suelen aparecer como fragmentos aportadores de conocimientos históricos muchas veces valiosos, pero apenas eso, fragmentos. En ese esfuerzo, la apertura de las ciencias sociales se impone. Nunca será posible enfrentarlo desde la historia, pero tampoco al margen del concurso de los historiadores. 

¿Cómo Cuba se inserta en la realidad latinoamericana a partir de la explicación que brinda sobre los diferentes procesos histórico-sociales que se viven en la región?

Desde Martí hasta Ernesto Guevara y Fidel Castro existe un hilo conductor que, más allá de los contextos históricos específicos, coloca el pensamiento de liberación nacional dentro de una lógica emancipatoria que trasciende el ámbito insular. El alcance del pensamiento político del liderazgo revolucionario y las complejidades de las tareas históricas que debió enfrentar la revolución desde su eclosión, colocó entre los ejes centrales del debate social y académico la necesidad luchar contra el colonialismo y el neocolonialismo, formas principales de universalización del capitalismo subdesarrollante. Instituciones, revistas, fórum de debates, nacionales e internacionales, fueron tribunas en las que intelectuales cubanos y de otras naciones de América Latina y el Caribe, abanderados de un pensamiento crítico y antiimperialista, abordaron los ingentes desafíos de “los condenados de la Tierra”, a los que se refería Fanon. Si hoy recordamos a nombres imprescindibles del pensamiento social contemporáneo en Cuba como Fernando Martínez Heredia y Roberto Fernández Retamar, es porque lograron articular un pensamiento lógico y coherente para entender la realidad cubana, latinoamericana y caribeña a partir del empleo audaz e inteligente de los instrumentales de la teoría marxista.

En el análisis de los avances y retrocesos de los procesos nacionalistas y antineoliberales del presente siglo, en la inserción de la problemática cultural y el consecuente quebranto de los estrechos moldes del economicismo y el reduccionismo de la teoría marxista, en el fundamento de la necesidad de un marxismo creador como corpus teórico de un pensamiento crítico que movilice para la acción y práctica revolucionarias, en el enfrentamiento a la reproducción de las prácticas culturales de las clases dominantes con sus fundamentos excluyentes, divisorios y discriminatorios, en el ejercicio de la educación popular, encontramos algunas coordenadas de análisis que ayudan a comprender mejor la complejidad de los fenómenos y procesos que rigen las luchas de los movimientos sociales en la región, tanto como la sobrevivencia y continuidad del modelo de desarrollo socialista cubano.         

¿Cómo contribuye el estudio histórico-social al enriquecimiento y actualización del pensamiento crítico, contrahegemónico y antisistémico que pervive en el mundo, particularmente en América Latina?

En un estudio reciente sobre la historiografía especializada en la escritura de los manuales escolares de Historia, empleados actualmente en América Latina, me detenía en los métodos de análisis de los especialistas para identificar los párrafos hegemónicos/exclusores que al decir del historiador chileno Omar Turra-Díaz, especialista en el conflicto mapuche, son “los que se definen como aquellos contenidos de textos que promueven discursos hegemónicos desde el poder material y simbólico estatal y que se identifican como barreras que impiden un diálogo intercultural en la enseñanza y el aprendizaje de la historia escolar”. La ausencia de las mujeres en las narrativas escolares, el ocultamiento o la desfiguración del negro, el indio, el mestizo, el inmigrante, son expresiones de los prejuicios y estereotipos aún vigentes. Desde la pedagogía crítica, de sustento marxista, muchos de estos historiadores enfrentan actualmente los moldes educativos dominantes y en sus apuestas por una educación inclusiva proponen transformar a los docentes, “traductores” del currículo hegemónico, a partir de instruirlos en los avances desmitificadores de las historias sociales y de la cultura en contra de los relatos oficiales.

Este ejemplo pudiera extenderse a otras áreas del saber histórico-social. Conocer los procesos de construcción de identidades, los aportes de la cultura popular, así como del propio pensamiento contrahegemónico y antisistémico requiere de una mirada diacrónica que hurgue en la historia de los silencios cuyas coordenadas epistemológicas nos conduce a la historia del poder y de sus técnicas, como nos mostraba Foucault. Devolverles las voces a los actores sociales tradicionalmente preteridos y excluidos, conocer y (re)conocer sus saberes, la riqueza de sus culturas, es más que llenar cientos de páginas con historias no contadas o desvirtuadas del pasado, es también entender la lógica invariable de un proceder hegemónico imposible de aprehender con toda su carga de dominación material y simbólica partiendo y permaneciendo en el presente.

¿Qué importancia le concede al hecho de que el Premio Literario que organiza la Casa de las Américas hace más de 60 años, privilegie, en sus distintas ediciones, la presencia del ensayo de tema histórico social como una de sus categorías en competencia?

La presencia de la temática histórico social como categoría del Premio, en sus más de seis décadas, permite disponer de un espacio privilegiado donde intelectuales de la región, consagrados y jóvenes, presentan los resultados de años de búsqueda y reflexiones sobre las más diversas disciplinas dentro del conjunto de las ciencias sociales y humanistas. De esas pesquisas se nutre el catálogo de obras seminales en la ensayística latinoamericana cuyo origen fue el Premio Casa, y sin ánimos de relacionar una abultada lista, mencionemos solo a modo de ejemplo del clásico ensayo Las venas abiertas de América Latina, del escritor uruguayo Eduardo Galeano, que mereciera mención en la edición del Premio en 1971. En tal sentido, y gracias a esta categoría del galardón, las academias de ciencias sociales latinoamericanas y caribeñas, las instituciones socioculturales, los movimientos sociales en la región disponen de un catálogo muchos de cuyos títulos abundan en otros modos de crear y recrear tradiciones, imaginarios, resistencias, formas de trabajo y de lucha, con ritmos y temporalidades divergentes de los modelos homogeneizadores que buscan imponer los centros de poder dominantes.

Decía Martínez Heredia en la conferencia “Marxismo revolucionario en América Latina actual”, pronunciada en El Salvador en 2016, que el esfuerzo principal del capitalismo actual estaba puesto en la guerra cultural por el dominio de la vida cotidiana, es decir, lograr que todos acepten que la única cultura posible en esa vida cotidiana es la del capitalismo, y que el sistema controle una vida cívica despojada de trascendencia y organicidad. Pues bien, la historia del Premio Literario Casa es la historia de los frentes culturales abiertos en la trinchera de “los otros”, con y en defensa de los grupos y sectores marginados y oprimidos de las Américas.

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