Por Dayana Mesa Giralt

Mayra Montero ha sido invitada a evaluar las novelas que concursan en la edición 62 del Premio Literario Casa de las Américas. Integra la lista de los jurados internacionales porque reside en Puerto Rico, aunque nació en Cuba hace casi 70 años. Su carrera la ha convertido en una de las más importantes autoras de la literatura caribeña en español de las últimas décadas, con casi una veintena de libros publicados y traducidos en Estados Unidos, Francia, Alemania e Italia.
En esta ocasión, la escritora no pudo trasladarse a La Habana para participar, como es habitual, en el programa de actividades del Premio de la Casa. Apeló a la virtualidad, esa otra forma de relacionarnos que ha impuesto la situación sanitaria a nivel mundial, para interactuar con sus colegas del jurado y con el público cubano.
A pesar de este contratiempo y de la complejidad que puede añadir a sus tareas como jurado la lectura digital de las obras en concurso, La Ventana le propuso responder un cuestionario, que le fue enviado vía correo electrónico, para conocer sus valoraciones sobre varios temas relacionados con su quehacer literario. En respuesta, Mayra envió dos cuartillas, tan personales como novelescas. Las reproducimos de forma íntegra, porque son hermosas y no puede obviarse ninguna línea.
Su vínculo con la literatura comienza desde niña, cuando aún vivía en Cuba, ¿tenía entonces la certeza de que la escritura marcaría su vida?
Tenía la certeza, la corazonada y la determinación. Siendo muy pequeña, como en primer grado, estaba en un colegio de monjas españolas que me ayudaron mucho, maltratándome porque era disléxica. Supongo que lo era porque dibujaba la E con los palitos apuntando a la izquierda, y la D y la B con las barriguitas también hacia la izquierda. En ese tiempo, o bien ya era izquierdista, o todo el abecedario era de derechas.
Yo lloraba a moco tendido porque las demás niñas se iban y me quedaba sola en el aula, con la hermana Vigoa, o cualquier otra, que me amenazaba con que no me movería de allí si no escribía las letras como Dios mandaba.
Ya de más grande, a poco de haber entrado al preuniversitario José Martí, bajó la orden de militarizarlo. Un señor gordo, de apellido Santos, era el director y presidía los “juicios” donde se procesaba a quienes acumulaban muchos deméritos. Este señor, que era muy malo, y por tanto de gran ayuda para la vocación literaria, se burlaba de las niñas…Siempre encontraba un motivo para intimidar. A mí me preguntó una vez qué quería ser en el futuro, le dije que escritora, y, mirándome de arriba abajo, me soltó que primero tenía que aprender a leer y a escribir. Uno de sus sarcasmos.
¿Qué sería de Santos? A veces lo recuerdo.
¿Hubiera sido la misma Mayra Montero de haberse quedado a vivir en el archipiélago?
Creo que sí, que hubiera sido la misma. Hubiera cargado con otras circunstancias…La literatura es un mundo aparte que para mí nunca ha dependido de la realidad que me rodea o de la que entro y salgo, para eso está el periodismo. Soy anfibia en muchos sentidos, y ese es uno de ellos.
La música, el erotismo, así como los conflictos íntimos y el misterio del ser humano son aristas presentes en sus libros…Puede comentarnos sobre este interés.
Bueno, el erotismo no es tampoco que sea tan recurrente, o no más recurrente que en la obra de otros autores que narran un encuentro amoroso en alguna parte de sus obras. Sí es verdad que tengo dos novelas que abordan expresamente el tema erótico, como el hilo conductor de la narración (La última noche que pasé contigo, 1991 y Púrpura profundo, 1993).
Pero con doce o trece novelas publicadas, eso no es la gran cosa. No se me puede colgar el sambenito de la perversión sexual… Si lo hubieran anticipado aquellas monjas, si lo hubiera anticipado el cruel Santos, ¿qué hubiera sido de mí?
Música sí, hay mucha música en toda mi narrativa.
En sus novelas ha mostrado fascinación por Haití y las religiones afrocaribeñas, especialmente por el vudú.
Fue una época en que tenía amigos antropólogos que me hablaban de su trabajo, de las realidades paralelas que iban descubriendo. Esos sistemas mágico-religiosos, de pronto, se convirtieron en una gran provocación literaria.
La cosa es que, en esa época, Haití vivía un momento de mucha ilusión, mucha esperanza. Había profesionales, intelectuales haitianos que regresaban para colaborar en la construcción de un país más democrático y vivible. Pero para eso hacía falta educación, ayuda económica de las potencias que antiguamente explotaron a Haití y, como siempre ocurre, se desentendieron. Luego vino el terremoto y ya el país no ha levantado cabeza.
¿Le ocupa algún proyecto editorial?
Estoy escribiendo una novela. Pero bueno, eso no es mucho. Los novelistas siempre están escribiendo una novela. Estará ambientada en La Habana, es todo lo que puedo decir.
¿Qué importancia le confiere al Premio Literario Casa de las Américas?
El Premio Casa de las Américas hoy más que nunca debería ser un faro para la marginada literatura latinoamericana, a la que parece haber afectado el Covid-19, pues cada día más gente se inclina por las plataformas de streaming que por los libros.
Y hay otra cosa muy curiosa: hoy día se imponen regiones, países, modos de vivir y ver el mundo. Por ejemplo, hemos tenido una sobredosis nórdica, y conste que me gustan mucho los libros y las películas suecas, noruegas, danesas. Es como si los lectores y la audiencia de esas plataformas de streaming estuvieran reaccionando contra una sobredosis anterior, que fue la de las selvas, las ciudades calientes y despiadadas, y los padres que lo llevaban a uno a conocer el hielo.
Desde hace unos años, lectores y audiencias se inclinan por los paisajes helados, y las historias policiacas donde se mata, ya no a sangre fría, más bien a sangre congelada.
Por cierto, ¿sabes que, en San Juan, en los años cincuenta, hubo una alcaldesa que hizo traer un avión con dos toneladas de nieve para que los niños la conocieran y jugaran con ella por fugaces minutos? Luego han criticado ese gesto como el simbólico iceberg de la mentalidad colonial. A mí me parece bonito. Fue una alcaldesa honesta, y eso hay que reivindicarlo en esta cueva de Alí Babá, donde nos han salido tantos alcaldes ladrones.