Gracias, Sonia, por tus obras

Por Jaime Gómez Triana

Palabras leídas por el vicepresidente de la Casa de las Américas, Jaime Gómez Triana, en ocasión de la entrega de la Distinción por la Cultura Nacional a la escritora cubana Sonia Rivera Valdés en la sala Che Guevara. Participaron en la ceremonia el poeta y editor Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura de la República de Cuba; el realizador audiovisual Luis Morlote Rivas, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac); la poeta y Premio Nacional de Literatura, Nancy Morejón; la vicepresidenta de la Casa, Suilán Rodríguez Trasancos; el director del Programa de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos de la Casa, Antonio Aja; así como otros miembros del Consejo de Dirección, trabajadores de la Casa de las Américas, invitados y amigos.

La escritora cubana Sonia Rivera Valdés

Nos complace mucho poder realizar este acto en la Casa de las Américas. Es cierto que reconocemos esta tarde una trayectoria que rebasa los vínculos de Sonia Rivera Valdés con nuestra institución, pero también es verdad que esos vínculos, sustentados en el afecto, la fraternidad y la solidaridad, son tan fuertes que sería difícil imaginar áreas de investigación de nuestra institución –pienso fundamentalmente en el trabajo del Programa de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos– sin el aporte cotidiano, la asesoría, la coordinación, de esta escritora y amiga, que en 1997, con Las historias prohibidas de Marta Veneranda, se alzó con el Premio Extraordinario de Literatura Hispana en los Estados Unidos que concediera la Casa de las Américas con el objetivo de visibilizar la producción literaria de las comunidades latinas en el país del Norte.

Nacida en La Habana en 1937, Sonia viajó a los Estados Unidos en 1966, allí tomó conciencia de la discriminación que padecían afrodescendientes y latinos, un año después se fue a Puerto Rico donde, según ha contado, aprendió el significado de la palabra «colonialismo». En 1977 regresó a los Estados Unidos y tres años después, en 1980, visitó Cuba y tras ese viaje realizó un balance de su experiencia. En un texto posterior, leído precisamente en uno de los Coloquios de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos organizado por la Casa, ella lo cuenta así:

«Puse de un lado de la balanza los aspectos negativos; del otro, los positivos. Ya conocía condiciones sociales tan inhumanas, fuera de los límites geográficos de esta isla, que encontré las de Cuba incomparablemente mejores, aunque lejos de ser perfectas. Me gustó que hubiera tantas mujeres, muchas de ellas negras, doctoras en medicina. Eso casi no podía creerlo al recordar la situación anterior a 1959. Hubo quien me enseñó parques y me señaló que allí se reunían más de doscientos muchachos todas las noches y ahora no quedaban ni veinte: se habían ido por el Mariel. Pero yo no veía niños comiendo de los latones de basura».

La experiencia migrante marcó profundamente a la profesora, escritora, ensayista y gestora cultural y terminó por definir su manera de percibir el mundo y de actuar en él. Así es que, junto a su amplia obra académica en el campo de los estudios cubanos, puertorriqueños y de Latinos en los EE.UU., hay que poner también su trabajo como parte del Grupo Areito, el Círculo de Cultura Cubana y la Brigada Antonio Maceo, el cual revela su conexión con aquella generación que hizo posible el diálogo y el entendimiento entre el proyecto revolucionario y una parte la migración cubana en los Estados Unidos, un puente que ella defiende a capa y espada, con sus propios medios, asumiendo el costo que son obligados a pagar quienes se atreven a desafiar al imperio y a apoyar abiertamente el proyecto social cubano.

Sonia es licenciada en Educación con especialización en español en la Universidad del Sagrado corazón en Puerto Rico, obtuvo en 1982 un Máster en Filosofía en el en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) y posteriormente, en 1989, un doctorado en ese mismo centro con la tesis «El mito del puertorriqueño dócil en la literatura de Puerto Rico: La charca, de Manuel Zeno Gandía».

Además de Las historias prohibidas de Marta Veneranda, que ha sido traducido a una veintena de idiomas, ha publicado Historias de mujeres grandes y chiquitas (2003), Rosas de Abolengo (2011) y Cuéntame una historia. Ocho que pueden ser novelas (2019). Sus relatos y artículos han aparecido en antologías literarias en los Estados Unidos, Europa, América Latina y el Caribe. Es la presidenta y una de las fundadoras de Latino Artists Round Table (LART, 1999) una organización cultural sin fines de lucro, de resistencia a la hegemonía del mercado corporativo de la cultura. Durante más de 30 años ha trabajado promoviendo la cultura latinoamericana y caribeña en los Estados Unidos y estableciendo lazos culturales entre América Latina, los países del Caribe Hispano y los Estados Unidos. En el 2000, The Daily News Magazine la seleccionó entre los cincuenta latinos más influyentes en la cultura de Nueva York; en 2004, fue honrada como Latina Distinguida por el Comptroller de la ciudad de Nueva York y la Hispanic National Bar Association de la región de Nueva York, y en 2009, York College le concedió el Presidential Oustanding Scholarship por su trabajo literario.

Para Zaida Capote, investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística, Rivera Valdés se inserta como una autora más dentro de la corriente que en la isla, a principios de la década de los noventa, irrumpió con nuevos temas y otros no tan nuevos, pero tratados novedosamente, y que apuntaban a mostrar la diversidad de la sociedad. Revindicada por la propia autora, su pertenencia a la literatura cubana es innegable y de ello da cuenta la redición de su libro premiado, que suele desaparecer incluso de las bibliotecas, debido a la avidez de sus lectores, y la publicación de otros títulos suyos por la Editorial Oriente.

Ha desarrollado una permanente labor de difusión de la obra de los escritores e intelectuales cubanos dentro y fuera de los Estados Unidos. Su apoyo solidario ha sido fundamental para garantizar la participación de muchos de ellos en importantes eventos en la ciudad de Nueva York. De igual manera ha sido un puntal para numerosos académicos cubanos que han participado en los Congresos de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA por sus siglas en inglés). Desde 2009, con la creación del Programa de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos de la Casa de las Américas, ha sido una presencia constante en Casa y su trabajo de colaboración ha permitido el crecimiento de nuestra red de contactos y una mayor difusión en los Estados Unidos de la obra cultural de la Revolución Cubana.

Vuelvo ahora al texto antes citado, donde la autora refiere cómo es percibido el proceso revolucionario desde la emigración. Escribe Sonia Rivera Valdés:

Creo que al final la manera cómo evalúas el proceso revolucionario, si emigras, depende de si tu proyecto de vida está centrado en lo inmediato que te rodea; o sea, un proyecto de vida totalmente personal, o si sientes que tu vida está imbricada con la del resto de la humanidad. Dicen que una muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística. Si tú sientes, si llegas a sentir que cada persona de ese millón nació con un rostro que la diferenciaba de todos los otros seres humanos, y tenía manos y pies, ilusiones y gente que quería y la quería, y eres capaz de imaginarte cuánto le dolió morir; si sientes, si llegas a sentir eso, no te queda más remedio que tratar de que esa tragedia no ocurra de nuevo. 

La cita evidencia de manera muy nítida los profundos sentimientos humanistas de esta escritora. Quienes la conocemos y gozamos de su amistad sabemos perfectamente que en ella no hay pose ni vanidad. Lo anterior se une a su cubanía, su pasión por nuestra cultura. Así lo escribió no hace mucho respondiendo a una encuesta de La Jiribilla.

Cuba es mi casa. Estas cuatro palabras son las que con más exactitud expresan lo que es Cuba para mí. Una casa que dejé en 1966, físicamente, pero “siempre he vivido en Cuba”, como dijo Lourdes Casal en un poema, porque el corazón no emigra, al menos el mío no. Mi nacionalidad se escribe sin guion: cubana.

Querida Sonia, en una de tus historias más conocidas narras lo orgullosa que te sentiste allá por 1947 cuando en premio a las buenas notas, recibiste el Beso de la Patria. Cuentas también que, por no tener zapatos de piel negra o charol, aquella niña no pudo portar el estandarte de la escuela en el desfile del 28 de enero y que tu lugar fue ocupado por otra niña, con zapatos negros, pero brutísima. Quiero pensar que la distinción por la cultura cubana llega hoy 75 años después para ratificar que, aunque nadie lo viera, eras tú quien llevaba el estandarte en aquel desfile.

Gracias, Sonia, por tus obras.

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