Santa Cruz y Gamarra: portentosas confluencias del arte afroperuano

Por Amanda Guzmán Soto

Octavio Santa Cruz Urquieta

Exponente fiel del legado artístico y ético de dos vigorosos troncos familiares, el Dr. Octavio Santa Cruz Urquieta, cuyos méritos como diseñador, compositor musical e instrumentista han sido ampliamente reconocidos, comparte sus remembranzas con los lectores de La Ventana, a propósito del homenaje de la Casa de las Américas al centenario de la escritora, compositora, coreógrafa y maestra de la danza Victoria Santa Cruz Gamarra.

¿En qué contexto histórico y social se desarrolla la especial sensibilidad ante el arte de los miembros de la familia Santa Cruz?

Los años 40 en el Perú fueron de un equilibrio aparente, la economía de posguerra resultó finalmente favorable para las grandes empresas mineras, una propuesta socialista a través del pensamiento de Mariátegui continuaba difundiéndose lentamente, y el movimiento de raigambre local promovido por Haya de la Torre, mal que bien, había sido neutralizado. En ese momento, relativamente propicio para la actividad cultural, les tocó vivir a los integrantes de la familia Santa Cruz, que fueron ingresando a la vida artística, uno a uno. Nos referimos a varios hermanos que iniciaron su actividad en el Perú desde la mitad del siglo XX.

En 1947 Rafael se situó por primera vez en medio de un coso taurino y desde allí comenzó a tener presencia pública, primero en Lima y desde 1952 en Madrid y otros ruedos internacionales. Fue conocido como “La Maravilla Negra”.   Diez años después hizo su aparición fulgurante Nicomedes, cuya primera actividad como decimista le ganó el favor del público radial y periodístico, que cada día esperaba sus versos —humorísticos o críticos—, sobre temas de actualidad. Fundó un grupo de arte negro, el Conjunto “Cumanana” y, a su invitación, su hermana Victoria comenzó a producir canciones y estampas, que pronto tomaron la forma de funciones teatrales, las cuales codirigieron hasta 1961. Y si bien desde el medio internacional nos llegaban periódicamente noticias o visitas de representantes del arte afroamericano… Katherine Dunham, Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Nicolás Guillén, Los Globetrotters, los Platers, o Celia Cruz con la Sonora Matancera, en el medio local peruano, la aparición de un grupo teatral de artistas negros liderado, además, por personas negras, fue sorprendente.

El proyecto de ambos hermanos fue visto con buenos ojos por los otros miembros del grupo familiar, quienes colaboraron en la medida de sus posibilidades. César, que era un conocido compositor de valses criollos y músico de orquesta bailable desde los años treinta, llegó a participar en una grabación, ya que faltó una voz y su registro era de bajo; y toda su vida se dio tiempo para transcribir los escritos de Victoria, gracias a lo cual se han conservado. Consuelo, que al interior de la familia cantaba a dúo con Victoria, no era afecta a las tablas, pero actuó excepcionalmente en una pieza para la televisión, y también asumió la administración (1967-1973) de Teatro y Danzas Negros del Perú, el siguiente grupo de Victoria.

Esta compañía teatral, la segunda que fundó Victoria —ahora como directora general—, también se orientaba específicamente al sector afroperuano. Con un elenco absolutamente novel, tras ocho meses de intensa formación, presentó números de novedosa música y danza. Poco después, los cambios de carácter nacionalista que afectaron al país desde el gobierno involucraron a Victoria dentro de un proyecto estatal, el Conjunto Nacional de Folklore, que dirigió desde su fundación.  Si en sus dos anteriores agrupaciones afroperuanas el peso gravitaba en la coreografía y el folklore, en el nuevo conjunto nacional Victoria optó por el punto de vista integrador. La temática de sus canciones y libretos, al inicio portadora de un mensaje parcializado referido a la racialización y sumisión como un lastre colonialista, fue ampliando progresivamente su ángulo de mira, junto con sus aspiraciones personales y su propio proyecto de vida.

En 1972 Victoria escribió una obra dedicada a Rafael —quien hizo el papel principal—, y convocó también a otro hermano mayor, Fernando, de quien debemos precisar que entonces asumió por primera vez un rol como actor, pero ya tenía, desde varias décadas antes, una obra teatral temprana, en la que da cuenta escrita de los sucesos que vivió en 1932 al interior del Partido Aprista Peruano, en el cual militaba. Este es un renglón de la historia familiar que aún está por registrarse; cuando se procese debidamente, encontraremos en don Fernando a un afroperuano, actuando por años no solo en la dirigencia nacional de un partido político, sino ejerciendo como consejero de la Juventud Aprista Peruana y, por una vez, a través de su propia obra teatral. Por su parte, durante la segunda mitad del siglo XX, el poeta, investigador y folklorista Nicomedes fue tan significativo en su defensa temprana de la negritud que su fecha natal ha sido adoptada por decreto, desde 2014, como el Día de la Cultura Afroperuana.

El punto es que estos hermanos fueron diez. Y aunque no todos tuvieron vida pública, ninguno fue ajeno al quehacer artístico de los que sí. Un detalle que viene cobrando valor recientemente es que la conformación de este grupo familiar puede verse en rigor como un fenómeno cultural en el cual confluyen singularmente dos vertientes: los Santa Cruz y los Gamarra. Así, comienza a clarificarse que, de quienes estamos tratando es de los miembros de la Familia Santa Cruz Gamarra. 

Aparecen en la foto, de izquiera a derecha: Octavio Santa Cruz Urquieta, su tío Rafael Santa Cruz Gamarra, su abuela Victoria Gamarra Ramírez y su tía Victoria Santa Cruz Gamarra.

¿Quiénes fueron las principales influencias en el desarrollo de esa sensibilidad artística? ¿Qué importancia tuvo el entorno familiar en el impulso de los talentos artísticos de los Santa Cruz Gamarra?

A partir de una infancia común, los hermanos compartieron un bagaje de información y experiencias que afloraba a veces en las conversaciones de los adultos al cotejar sus opiniones sobre argumentos de películas recientes, actuaciones de teatro, interpretaciones de óperas o letras de canciones populares. Así, un músculo ejercitado en la degustación se convertía en instrumento de rigurosa crítica que compartían unos y otros, sobre todo los que produjeron obras de arte, no dejaban de aplicarlo a su propia producción.  En los hermanos que han tenido vida pública se observa que su arte aparece ya maduro y en la edad adulta, aunque sí hay indicios de que la vocación fue temprana y sin titubeos. Por ejemplo, Fernando —quien dedicó su vida a la política—, durante su niñez publicó varios de sus cuentos en la revista Chicos y grandes. También lo hizo Victoria —autora, compositora y coreógrafa—, quien siendo niña aún dirigía las actuaciones escolares. Según el propio Nicomedes, su encuentro con la poesía popular a través de Porfirio Vásquez galvanizó cuanto había escuchado de niño por labios de su madre. En César —saxofonista de jazz, clarinetista de estudio, compositor y profesor— su vocación, desde muy joven era la música, al decir de su coetáneo el guitarrista Manuel Fajardo. Y según Consuelo, su hermano Rafael decidió su profesión la primera vez que ella lo llevó a la plaza de Acho. El desarrollo de las vocaciones se dio en casa de manera natural, con el ejercicio constante de la producción. En un inicio, cada uno tuvo tiempo para las opiniones de los demás, que fueron un buen espejo. Pero producían de frente. No tengo recuerdo de bosquejos inacabados.  

Por años, cada nota periodística sobre alguno de los hermanos Santa Cruz ha comenzado refiriendo que su padre fue un autor teatral renombrado en las dos primeras décadas del siglo XX. Curiosamente, tal dato se ha repetido sin mayor documentación explicativa. Y cuando ya fue exitosa, muchas veces, al ser presentada, Victoria Santa Cruz acostumbraba completar, acotando “Y… Gamarra, por mi madre”; comentario que siempre era recibido con una sonrisa. Un recuento reciente nos orienta a tomarle el peso a estas informaciones; así, al interior de la familia, el padre resultó ser no solo el referente inmediato, sino que fue un antecedente modélico singular, la figura de alguien que en su momento supo tener un proyecto y pudo realizarlo. Mas, dentro de una estructura familiar donde por su trabajo el padre está fuera todo el día, la madre era el soporte del hogar, la condición formativa y el nivel de exigencia. Ambas influencias que, de hecho, en toda familia son decisivas, tuvieron aquí la particularidad de involucrar a los niños con dos entornos disímiles; uno es el consabido énfasis cultural en la formación de don Nicomedes —el dramaturgo y compositor—; y el otro es el arte pictórico y danzario en los Gamarra, de cuya vena popular doña Victoria era portadora.

El proyecto de sustentar documentalmente los relatos orales sobre la familia, que por años fue nuestra única compañía, nos permite atar cabos y abordar el comentario crítico con miras a saldar así una deuda con la herencia cultural de nuestros mayores. La revisión de la obra teatral de don Nicomedes Santa Cruz Aparicio se encuentra en curso. En la otra rama de nuestro árbol genealógico, donde encontramos al pintor decimonónico Demetrio Gamarra y a su hijo, el también pintor José Milagros Gamarra, hay menos información, por lo que, en esta puesta en valor, cada foto, cada documento, por pequeño que sea, cuenta.  Cuanto encontramos lo estamos dando a conocer a través de las publicaciones especializadas, locales, extranjeras y de nuestras páginas en redes digitales.

Victoria Santa Cruz Gamarra

¿Qué aspectos de la trayectoria artística de Victoria Santa Cruz Gamarra fundamentan su reconocimiento como madre de la danza y el teatro afroperuanos y una mujer clave en la historia del Perú?

Victoria comenzó su actividad artística en el Perú en 1958, componiendo sus primeras canciones y dando a conocer las grabaciones en dos discos LP, Nicomedes Santa Cruz y su conjunto Cumanana (1959), e Ingá (1960). Su labor teatral, en marzo de 1960 y 1961, se inició con creaciones novedosas e impactantes y, más aún, su reaparición en 1967 incluyó el rescate y reconstrucción de danzas extinguidas. Pero lo que en verdad resultó apoteósico fue el debut del Conjunto Nacional de Folklore, el cual dirigió en gira internacional desde su fundación en 1973. En estos grupos artísticos ejerció varios roles simultáneamente: compuso música, coreografías, creó libretos, vestuarios y asumió siempre la dirección escénica.  El giro diametral que dio repentinamente hacia el mundo académico la ubicó desde 1982 como docente en la Universidad de Carnegie Mellon (EE.UU.) con un curso de su creación que llamó “Descubrimiento y Desarrollo del Ritmo Interior”.

Desde inicios del siglo XXI el nombre de Victoria Santa Cruz comienza a proyectarse hacia una nueva difusión tanto nacional como internacional, sin embargo, debemos reparar en que esta visión es sumamente sesgada; ya que se basa solo en unas pocas de sus canciones y en el poema “Me gritaron negra”. Hoy, en camino hacia su homenaje, la Dirección de Políticas para la Población Afroperuana del Ministerio de Cultura ha creado la Comisión para el Centenario de Victoria Santa Cruz, que viene organizando la celebración de un año jubilar y apunta a que se le conozca en su cabal amplitud.

Los testimonios de quienes la conocieron ayudan a recuperar y reconstruir su figura. Por ejemplo, artistas que integraron varios de sus elencos, relatan que en el proceso de la preparación actoral o al transmitir las coreografías, ella aplicaba ejercicios que resultaron formativos para los jóvenes, no solo para un acercamiento vivificante a la performance sobre el escenario, sino que incidieron en la revaloración de la persona misma, experiencia que en cada uno trascendía a la vida diaria. Diversas instituciones comienzan a tener presentaciones, conversatorios y exposiciones sobre su obra. Por otra parte, nuevos grupos y colectivos diversos se reivindican cercanos al pensamiento de Victoria.  Sin embargo, aun hoy, pocos reparan en lo central de su proyecto. Sabedores de que solo se podrá tener una visión integral de Victoria y de su labor cuando su obra sea conocida, estamos procurando recuperar su producción en una edición crítica. 

Un primer listado que menciona alrededor de cincuenta y cinco canciones, cinco poemas, quince libretos y treinta conferencias comienza a alimentar nuestra página web. De lo cual, una rápida ojeada nos permite adelantar aquí varias cosas que caen por su propio peso:  

––Su rescate de danzas extinguidas y su recreación de coreografías es una pequeña parte de su labor. 

––Su mayor producción teatral fue la escritura de libretos con su correspondiente puesta en escena. 

––Su teatro fue —desde 1960—, de un tipo más bien específico, teatro afro-peruano, teatro de negros.

––Su concepto de puesta en escena incluye la propuesta del ejercicio teatral como un instrumento de superación personal para el actor.

––Su método sobre el ritmo —aquel que comenzó aplicando con sus elencos danzario-actorales peruanos y que luego dictó por dos décadas a tiempo completo en Carnegie Mellon University—, se enfocó en sus últimas conferencias y talleres internacionales hacia profesionales de especialidades diversas.

––La construcción de su mensaje a través del tiempo llegó a decantar un contenido universal (“Comencé luchando por el hombre negro, ahora lucho por la familia humana a la cual todos pertenecemos”). 

Rafael Santa Cruz y Octavio Santa Cruz

¿Cómo dialoga la extensa obra de Octavio Santa Cruz con ese legado familiar?

Octavio Santa Cruz Urquieta es también el resultado de la interacción colectiva, familiar.  Inicia actividades en un principio como un proyecto personal, continúa interactuando con otras producciones colectivas; en las últimas dos décadas viene interesándose en rescatar la memoria familiar.

Hablaré en primera persona.  

A los 16 años elegí como profesión el Diseño Gráfico. Paralelamente me orienté hacia el aprendizaje de la guitarra clásica. Desde imaginar la existencia de dichas actividades hasta encontrar el mentor correspondiente, eran aspiraciones casi impensables para un chico de barrio populoso en la Lima de esos días. Yo lo logré y creo recordar que fue con la sencilla actitud de quien reclama para sí, no menos de lo que en la familia ocurría día a día con naturalidad.  Pues fue con naturalidad y sencillez —al parecer— que vi a Nicomedes dejar su oficio de herrero forjador para dedicarse a presentar su poesía en radio, teatros, periódicos y televisión; y a Victoria dejar la máquina de coser para dirigir a personas en el montaje de los cantos y bailes que iba creando. Como diseñador profesional colaboré con Nicomedes —desde 1964, cuando ilustré sus poemas en el álbum LP Cumanana— y con Victoria, en el diseño de afiches y programas, desde 1967 hasta 1982. Esta cercanía de ambos motivó que desde 1992 iniciara recitales periódicos de homenaje a la familia.

Luego de ejercer por dos décadas el diseño con exposiciones y premios, y la guitarra con recitales y obra publicada; postulé —ya casado y con hijos— a la Universidad de San Marcos. Ejercer la nueva profesión de historiador del arte por otras dos décadas modificó el material que como diseñador y como guitarrista había atesorado y así llegué a tener varios libros escritos sobre cosas de mi país. Cada vez me preparé como si escribir ese preciso libro justificara mi existencia. He escrito por lo menos, la Historia de nuestro Diseño Gráfico, la Historia de la Guitarra en el Perú, y la historia de todos los decimistas que conocí. Pese a lo cual, llegué a la jubilación con la expectativa de dedicarme a tocar la música que recopilé y a diseñar un poquito de caligrafía, ahora sí, para mí. No sé si la vida me dará ese tiempo, porque de momento tengo como prioridad cumplir otra urgencia, que sin duda es un honor insoslayable: organizar la producción cultural de los mayores de nuestra familia, cuya documentación íntegra tengo en custodia. Afortunadamente, en esta tarea estoy recibiendo ayuda de los integrantes más jóvenes de la familia. Los resultados ya están a la vista en nuestra página: (https://www.familiasantacruzgamarra.org)

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