Con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento de Haydee Santamaría, fundadora de la Casa de las Américas, estaremos publicando periódicamente en La Ventana testimonios, documentos, entrevistas, entre otros materiales, que nos permitirán conocerla mejor, con mayor justeza, desde los recuerdos de quienes «tuvieron el privilegio de su cercanía», así como desde sus propias palabras.

De Yeyé, que es cómo la llamábamos, que es como llamábamos a Haydee Santamaría sus familiares y personas más cercanas, podrían decirse muchas cosas. Los recuerdos se agolpan y a veces sonrío con ellos como si estuviéramos sentada una frente a la otra como solíamos hacer; otras, es inevitable, generan un estado de ánimo que resulta difícil vencer.
Yo diría que Yeyé, que en un tiempo muy corto se convirtió en compañera, amiga, hermana, madre e hija, se manifiesta, haciendo extracción de su aguda inteligencia política y fibra revolucionaria, como alguien dominado por una gran humanidad. Esa humanidad está siempre presente cuando con aquella infinita ternura atiende y cuida de su hermano Abel, que para ella es bebé y es hombre, que apoya y se liga a él con respeto, obediencia y admiración. No es fácil detenerse en los recuerdos de aquella hermana, cuando despide a su hermano aquí en La Habana, que parte a destino desconocido por nosotras; todos los riesgos que supone la lucha revolucionaria, y la incertidumbre de si lo volvía a ver o no. Esa humanidad está presente cuando en el fragor del combate en el Hospital Saturnino Lora, en Santiago de Cuba, el 26 de julio, Yeyé arremete con furia ante su tarea; no declina sus esfuerzos porque fundamentalmente a Abel y a mí, no nos pasara nada; quiere correr ella todos los riesgos, quiere salvarnos con su propia vida, y se expone a todos los peligros cuando corre en auxilio del enemigo que cae ensangrentado y muerto.

Para mí también era hermana queridísima que no había conocido nunca, mi compañera y mi amiga, a la que también se me ocurría sentirla como a una hija pequeñita, sentimiento que se compartía con el de una buena mamá, que ella siempre trataba de imponer. Éramos muy alegres, y en ese periodo de la lucha revolucionaria preMoncada, en el cual primera la disciplina, el respeto, la discreción y una estrecha hermandad con nuestros compañeros, sin embargo, no desperdiciamos nunca, siempre autorizadas, la oportunidad de asistir a cuanta fiesta se nos proporcionaba, y las mismas tareas revolucionarias combinadas con las festivas las hacíamos con alegría juvenil. Para ordenarnos se conjugaban las voces de Abel y mi mamá, y para que estuviera siempre presente la responsabilidad del quehacer revolucionario estaban las voces de Fidel y Abel.
Hoy quiero hacer con ella, lo que ella trató de hacer con su hermano Abel, quiero a Yeyé viva por lo que representa como ejemplo para la mujer latinoamericana a quien aún le falta un trecho por andar en favor de la libertad e independencia de nuestra América; por lo que junto a ella pudiera hacer, en solidaridad con la lucha en nuestro continente; y para la mujer cubana a la que ella enalteció con tan hermosa proyección dirigida al logro de los altos ideales de la patria. Quiero a Yeyé viva por su inteligencia, que proyectada en el trabajo dio luz a esta respetada y querida labor de nuestra Casa de las Américas. En fin, no quiero a Yeyé muerta. Yeyé no está muerta, vive y vivirá siempre en todos aquellos que sepan que la felicidad solo se encuentra cuando nos damos a la obra grande en favor de los pueblos, a la obra grande en favor de la humanidad.
*Transcripción de las palabras de Melba Hernández recogidas en el disco Palabra de esta América. Homenaje a una Heroína de la Patria. Hayde Santamaría. Testimonios y Poemas. Casa de las Américas. (Otra versión de este testimonio está recogida en la revista Casa de las Américas, número 150, mayo-junio, 1985)

Gracias feliz día y muchos éxitos en trabajos futuros .
Gracias feliz día y muchos
éxitos en trabajos futuros .
. Poesía .
Los ojos de Abel me increpan ,me hablan .
Haydée me empuja
Obliga .
Y yo protesto .