¿Hispanos, latinos o latinxs? Algunas reflexiones que no cesan

Por: Ana Niria Albo

El problema de la unidad: política latina y la creación de identidad de Cristina Beltrán, Premio Casa de las Américas de Estudios sobre Latinos en los EE.UU. en 2012

El vocablo hispano asentado como instrumento censal desde la administración de Nixon, tiene en sí una fuerte carga asimilacionista y homogenizadora que invisibiliza las diferencias al interior de estas comunidades. Diferencias que vienen dadas por los lugares de orígenes de sus actores sociales y las diferentes prácticas culturales que se derivan de las mismas. Fue utilizado desde su inicio como incentivo de identificación de la aparición de una nueva clase social media cuya imagen era manejada por líderes políticos que poco a poco fueron alejándose de las necesidades y sentires de esta población.

Latino como vocablo que define a esta población ha sido más aceptado. Sin embargo, las principales críticas están dadas por la utilización inicial desde la política del mainstream norteamericano y porque incluía a poblaciones como España y Portugal, mientras descartaba a otras de origen caribeño pero que no hablaban español. A veces, además, su utilización ha devenido recurso para invisibilizar las identidades más específicas que se relacionan o con las naciones de origen o con las culturas originarias, como puede ocurrir con los indígenas, así como aquellas relativas a la identidad sexogenérica.

Es relevante mencionar estudios en Cuba como Latinos en Estados Unidos: sociedad y empoderamiento de María Ofelia Rodríguez Soriano (CEHSEU, 2004) que maneja la hipótesis de que las identidades etno-culturales en relación con el país y la cultura específica de origen están más arraigadas que la emergente o supuesta identidad “latina” común, en referencia a la experiencia de vida compartida en los Estados Unidos.

La complejidad del mundo latino en el territorio del norte en contraposición con su mitificación de población monolítica y homogénea durante bastantes lustros, es el centro del libro El problema de la unidad: política latina y la creación de identidad de Cristina Beltrán, Premio Casa de las Américas de Estudios sobre Latinos en los EE.UU. en 2012. Para ello la autora se vale de la conjunción del análisis político y culturológico de tres momentos de la historiografía latina, los movimientos chicanos y puertorriqueños de las décadas 60 y 70; la potenciación electoral de esta población y las marchas acontecidas durante abril y mayo de 2006 en respuesta a las leyes anti-inmigratorias.

Posesionándose de estas tres maneras de ejercer la política de la(s) comunidad(es) latina(s), Beltrán desmitifica la casi hilarante, pero muy repetida idea de que los latinos en los Estados Unidos constituyen un gigante dormido y parte de identificar a dos de sus componentes más activos políticamente hablando. Sin embargo, lo hace desde una posición que permite una caracterización más realista de los movimientos chicanos y puertorriqueños y que permiten comprender mucho mejor, el carácter subyacente que le aportan estos movimientos a los modos identitarios latinos contemporáneos.

La cita con la unidad, una de las preocupaciones tradicionales dentro de los discursos de esta identidad latina, asociada a los movimientos políticos, se vuelve entonces obligada. ¿Hasta dónde la construcción de “una identidad latina” es desde la política y está influida por el empuje de esa intencionalidad de representación de un bloque monolítico?

En este sentido, sobresalen los cuestionamientos al concepto de latinidad como construcción discursiva en torno a la identidad colectiva y la existencia de una conciencia común que raya finalmente con el pragmatismo característico de la sociedad norteamericana, al igualarlo con la funcionalidad del otorgamiento de las garantías y recursos federales. Aparece entonces la constante pregunta a los temas de identidad, ¿quién la construye? En este caso las respuestas han sido disímiles. Para la autora, las perspectivas que el momento histórico inflige son determinantes y tal vez allí radique el peso que el análisis histórico tiene en este texto (Beltrán 77-98).

La identidad colectiva no puede ser vista como lugar de paz, pues realmente es sitio de contienda política, social y cultural del hacer diario y en esa dirección los casos de estudio tomados en este libro para fundamentar la relación cultura-identidad -política, no podían ser otros que dos movimientos que responden a la problemática de una identidad común que, bajo la idea de unidad, vuelven este precepto el centro de sus axiologías: el movimiento chicano y el puertorriqueño.

La crítica a ambos proyectos pasa por destacar que constituyeron catalizadores para la institucionalización de la defensa latina y de su visión identitaria politizada. A partir de un nacionalismo, estos movimientos resaltaron valores étnicos y culturales dentro del ethos políticos. Participación social, comunidad, diversidad, exclusión-inclusión, sociabilidad y poder son algunos de los vocablos en los que se centra Beltrán para concluir que esta identidad, la identidad latina, tiene en su construcción un basamento importante en los movimientos sociales de sus dos comunidades históricamente más representativas, chicanos y puertorriqueños.

En esta dirección, el rescate de pensadoras como Norma Alarcón y la no suficientemente recordada Gloria Anzaldúa, son elementos que no podemos pasar por alto en nuestra lectura. Anzaldúa demanda «un registro contable» con las muchas culturas y comunidades que definen su identidad, y para ello articula una cultura mestiza,un feminismo agonístico e innovador cuya receptividad democrática se caracteriza por su énfasis en encuentros contenciosos que atraviesan” múltiples ejes de diferencia (Beltrán 85). Se destaca en la construcción de esta identidad, el papel jugado por la literatura como rito educativo y socializador dentro de la comunidad y el movimiento. Cristina Beltrán incide en que el activismo de estos movimientos fue transformado de una participación social en masas hacia una profesionalización, generando élites políticas que, si por un lado constituyen la oportunidad de visibilización, por el otro, desdibujaron las particularidades y esto fue influyendo en la visión que desde afuera y desde adentro se le fue dando a la posibilidad del voto latino. Este ejercicio de la política, mal llevado y traído genera una de las visiones que, más allá de las diferencias ideológicas, lo que se (le) reclama es la cultura panétnica, el sentido de latinidad.

Sin embargo, con esto la autora logra situar en el debate sobre identidad latina, el hecho de que los intereses no son homogéneos. De alguna manera se advierte que al denotar que se está ante una latinidad que “es menos encontrada que forjada” (Beltrán 159), discute la construcción de esa latinidad, de esa idea casi externa de verlos y cada vez más internalizada de verse, como bloque monolítico, cuando realmente cada vez es más variado, competente y activamente en conflicto. Pero a la vez, la realidad del atomismo social, le preocupa y aconseja redirigir la acción colectiva.

Alexandria Ocasio Cortez

Latinxs, una denominación que recién se abre paso

Alexandria Ocasio Cortez es una de las mujeres más influyentes de la política estadounidense. Desde que en 2019 asumiera la guía del 14 distrito congresional de Nueva York, ha sido vinculada con varias plataformas progresistas dentro de los demócratas del país del Norte. Entre sus connotaciones políticas ha estado la de utilizar públicamente la denominación Latinxs.

Se trata de una denominación mayormente utilizada en círculos sociales progresistas, universidades, espacios de amplio activismo social en los que hay un reconocimiento de la interseccionalidad, pues esta reconoce la diversidad de identidades de género al interior de la identidad latina.

Mucha es la polémica en torno al uso de esta reciente denominación de la población de origen latinoamericano y/o caribeño en los Estados Unidos. Las comunidades históricas como los chicanos y sus líderes hablan de conspiraciones capitalistas para desaparecer la historia latina/chicana, otros simplemente se amparan ante la idea de que es muy poco usado. El Pew Research Center en 2020 realizó una encuesta nacional en la que resultó que solo el 25 por ciento de la población había oído el término, mientras que solo el 3 por ciento de la población latina parece usarlo. Aunque el lugar común de identificación parece seguir siendo Hispanics, Latinos, más de 15 años de encuestas del Pew Reasearch Hispanic Center siguen demostrando que las identidades nacionales son las identidades preferidas, aun cuando los cruces con ser negro(a) e indígena, también. (Luis Noe-Bustamante)

Las identidades son categorías de carácter relacional que suponen simultáneamente un proceso de identificación y otro de diferenciación. Son el producto de las relaciones sociales en las que está inserto el individuo en interacción con los otros y por tanto es un proceso constante en el que intervienen múltiples elementos del orden social. Muchos de ellos constituyen las referencias del mismo y los espacios para la acción social. Las identidades tienen carácter heterogéneo y complejo que depende de las posiciones y roles que cumpla el individuo en la sociedad, de sus pertenencias y compromisos.

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