Por: Ana Niria Albo Díaz

La cultura no puede hacer otra cosa que construirse desde lo simbólico. Las naciones que la han engendrado también. Ahí está la razón fundamental por la cual Cuba ha estado vibrando con los acontecimientos de nuestro deporte nacional. La isla como en aquel momento de los primeros encuentros con la comunidad cubana de los Estados Unidos, siente que algo pasa. Las redes estallan con el #TEAMASERE. Mi corazón no puede más que estar feliz y mi mente que debía escribir este texto, solo me dice que los puentes no cesan. Debemos continuar.
La Casa de las Américas siempre ha sido disruptiva. Se ha adelantado, se ha atrevido. Lo hizo desde el primer instante cuando su fundadora, Haydee Santamaría, dio la misma relevancia al arte contemporáneo latinoamericano que aquella colección de arte “popular” que llegaba desde Perú a su pedido. Lo hizo cuando apoyó al Movimiento de la Nueva Trova que dio aquí el concierto fundador. Lo volvió a hacer cuando, al convocar al Premio Extraordinario La juventud en Nuestra América para celebrar la realización de aquel XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que tanto movilizara a esta isla caribeña, le fue otorgado a Contra viento y marea del Grupo Areíto por aquel ya lejano 1978.
Resulta importante señalar la realidad de una narrativa (casi contra-narrativa) colectiva sobre una parte de la memoria social de nuestro país. Luego de 45 años estamos ante un libro que testimonia la construcción colectiva de aquel grupo de jóvenes que desde 1973[1], y finalmente, en 1974 decidieron unirse para intentar “una comprensión más amplia del proceso cubano […] Areíto se propone llegar a aquellos individuos que compartan nuestras inquietudes y así emprender un nuevo camino de reflexión sobre nuestra situación como exilio y la de Cuba en revolución” (Areíto, 1978, pp. 258-259).
Se trata de un diálogo en el que sus protagonistas se autorreconocen en sus historias. La validación del otro muchas veces rompe los esquemas de la etnografía occidental y más bien recupera un discurso en el que el yo opera en identificación de la opresión del otro, como lo hace la teoría feminista. Entonces aquellos 31 jóvenes que prestaron testimonio se aunaron para construir un discurso en el que quedaría la memoria más reciente de sus vidas, que pudieran ser las nuestras.
Entonces retomo un concepto que lucha por su supervivencia adisciplinar. Memoria social según el diccionario de Memoria Colectiva, se trata de una cuasi redundancia, aunque
[…] sigue siendo imprescindible para enfatizar que nuestros recuerdos son construcciones irrealizables fuera de la vida social. Comprender la memoria pasa por conocer el papel que cumple en las relaciones sociales, cómo se usa en diferentes contextos y espacios de relación y qué prácticas permite realizar. En definitiva, tomar en consideración las acciones en que las personas nos implicamos al recordar (Vazquez).
Precisamente eso hicieron aquellos jóvenes que aceptaron recordar a partir de una entrevista. Se trata de testimonios en torno a la situación sociodemográfica de ellos y sus familias en Cuba antes de partir; la experiencia de la salida; los primeros años en EE.UU.; el proceso de lo que denominan radicalización; la percepción sobre Cuba después de aquel primer viaje de retorno; la percepción sobre la población cubana de los EE.UU., y/o Puerto Rico (el terrorismo entre algunos exiliados, sus actitudes políticas, los procesos de asimilación); el carácter prospectivo de sus realidades (Areíto, 1978, pp. 259-262).
Pero el libro va mucho más allá de la reconstrucción de la memoria respecto al proceso migratorio de estos jóvenes. Hay una intención de conectar la introspección propia con fenómenos políticos, sociales e históricos. La guerra de Vietnam, la Unidad Popular de Salvador Allende, la muerte del Che en Bolivia, el compromiso con Puerto Rico. Cada uno de estos hechos, donde podría incluirse la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, fue influyendo en la forma de pensar de estos jóvenes respecto a Cuba. De ahí que, entre aquellos cubanos radicales del exilio, poco a poco se fuera formando el núcleo de la universidad de Gainesville al que paulatinamente se le unieran jóvenes cubanos de Washington, Puerto Rico, Miami y Nueva York.
Las y los estudiosos de la memoria social reconocen la posicionalidad como un elemento esencial para un análisis holístico en relación con los recuerdos y sus registros. En este caso estamos ante un libro que muestra las contradicciones propias de una voz colectiva. No hay criterios únicos, aunque hay consenso. Un consenso sobre qué significa Cuba para estos jóvenes.
Mi percepción de la Revolución Cubana todavía es algo ingenua y parcial, porque está mezclada con el sentimiento de nostalgia que tengo hacia Cuba. Mientras más leo sobre Cuba, más veo lo complejo que es el proceso revolucionario y lo difícil que es mantener una perspectiva crítica, y no dejarse desbordar por un nacionalismo chovinista, causado por la posición marginada que tenemos dentro del exilio (Areíto, 1978, p. 112)
Pero la posicionalidad queda expresada precisamente en cómo ellos mismos narran ese proceso de “radicalización” que yo llamaría de entendimiento con Cuba. Hay referentes diversos y caminos distintos:
-las comparaciones de Cuba y su sociedadk con otros regímenes latinoamericanos y sus estrategias
-la situación de un Puerto Rico colonizado y la férrea guerra contra el movimiento independentista
-el papel conservador del exilio cubano tradicional frente a las instituciones opresoras de las minorías
Quisiera por otra parte, detenerme a pensar en un tema bastante recurrente si de migrantes se trata. El retorno. América Latina y el Caribe se levanta sobre la idea de ida y vuelta. Sin embargo, como ya se ha dicho ayer en esta sala, el retorno en la migración cubana pos 1959 se había visto como un imposible. Las circunstancias políticas lo impedían.
El regreso, el retorno, volver, fue un hecho palpable para estos jóvenes. Un hecho que se consolida fundamentalmente gracias a la intervención de Lourdes Casal y Francisco Aruca. Las teorías entorno a la memoria social se levanta sobre la impronta de las determinantes sociales, históricas, y políticas. Sin embargo, creo que, en este caso, los afectos, los vínculos rotos y en tránsito a reconstruirse deben señalarse también. Aunque es cierto que cada uno de los elementos socialmente recurrentes (Vietnam, el racismo, Puerto Rico) fueron determinantes en la decisión de regresar; no subestimemos la impronta de la identidad.
Lo interesante en este sentido, es que, si bien el libro logra mostrar la emocionalidad del retorno, a la par es un arsenal para comprender los niveles de madurez en análisis relativos a Cuba alcanzados. Son capaces de identificar los principales logros del proceso revolucionario, a la par de que no les ciegue la pasión, y señalan las principales dificultades partiendo de las causas globales y las nacionales.
El bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos hacia Cuba, así como el asedio político a través del terrorismo casi de estado, las deformaciones de los países subdesarrollados o del tercer mundo como indican, se suman al tema del monocultivo, la vivienda, la participación democrática (que para nada pretenden sea a la usanza estadounidense si no, y esto es muy relevante, hablan de un proceso creador desde la propia cultura política cubana).
Lo cierto es que, en esta vuelta reciente de “los odiadores,” revisitar Contra viento y marea del Grupo Areito, me tranquiliza un poco. Creo en la posibilidad de que esos puentes construidos por aquel legendario grupo continúen. El testimonio ya está dado. Sigamos construyendo un poco más como lo hicieron Lourdes Casal, Roman de la Campa, Vicente Dopico, Margarita Lejarza, Apolinar y Raúl Alzaga, Francisco Aruca, Rafael Betancourt…
[1] En 1973 Lourdes Casal organiza su primer viaje de retorno a Cuba y antesala fundamental de la revista Areito y la posterior confromacion de la Brigada Antonio Maceo.