Por: Elizabeth Quintana Lezcano

Unas semanas antes de comenzar mi último año de secundaria recibí las únicas clases de buceo de mi vida. Allí me enseñaron una técnica básica para evitar desde un dolor de cabeza hasta la explosión del tímpano: la compensación de los oídos. Aunque nunca volví a bucear, la técnica de Frenzel demostró su utilidad años más tarde, cuando me deslizaba por las redes sociales y vi una publicación tan impactante que sentí cómo los sonidos a mi alrededor desaparecían. A veces el cuerpo intuye antes que la razón los síntomas del peligro: no es necesario estar debajo del agua para experimentar una presión externa insoportable. La última vez que noté este ensordecimiento temporal fue en el mes de enero de 2023, después de leer una noticia en El País titulada «Usar mujeres con muerte cerebral para la gestación subrogada. La polémica publicación que obligó a rectificar al Colegio Médico Colombiano».[1]
Epicrisis, el portal de noticias del Colegio Médico Colombiano (CMC), compartió el 17 de enero un artículo que proponía utilizar los cuerpos de mujeres con muerte cerebral como incubadoras humanas. Si donar un órgano se ha convertido en una práctica tan común y es incluso celebrado como un acto de generosidad, ¿por qué desperdiciar un sistema reproductor en perfectas condiciones? Mejor transferir los riesgos del embarazo a quienes «ya no pueden ser dañadas», ayudamos a las parejas que no pueden tener hijos y de paso elevamos los índices de natalidad del país. Parecía la solución perfecta, así que ya imaginarán la sorpresa de esta institución ante los cientos de críticas de mujeres que provocó la propuesta en las redes sociales.
A pesar de la rápida movilización de las activistas colombianas, que lograron en cuestión de días la eliminación del artículo de la plataforma y casi obligaron al colegio médico a emitir una disculpa, todavía me impacta profundamente que una idea tan opuesta a los derechos humanos más básicos, haya sido planteada por una profesora de la Universidad de Oslo, publicada en una reconocida revista internacional de Medicina[2] y compartida en un portal de bioética australiano,[3] para luego terminar en la página web de un instituto latinoamericano. No estamos hablando entonces de un argumento salido de una novela de ciencia ficción, una serie televisiva distópica o los desvaríos de un señor en una plaza, sino de una investigación académica revisada por pares que recorrió medio mundo antes de ser denunciada públicamente.
En las últimas décadas, uno de los temas que ha ocupado más espacio en las agendas feministas es la cuestión del consentimiento. El debate no se queda solo en ese momento crucial donde la persona accede o se opone al acto sexual, sino que explora todas las áreas grises que dificultan o hacen imposible la resistencia, ya sea por un desbalance en las relaciones de poder; la pérdida momentánea de las capacidades cognitivas; la manipulación emocional; la priorización histórica del placer masculino sobre el femenino, entre otras.
Dos películas recientes, ambas ganadoras de un premio Óscar, discuten este tópico desde diferentes ángulos. En Promising Young Woman (Mejor Guion Original, 2021) una joven asiste a bares nocturnos con regularidad y simula un estado de embriaguez para desenmascarar a hombres que debajo de su brillante armadura esconden a un violador que siempre sale impune. Women Talking (Mejor Guion Adaptado, 2023) narra la historia de un grupo de campesinas menonitas que descubren que han sido violadas de forma sistemática por miembros de su congregación, con la ayuda de un spray paralizante utilizado en la ganadería. Las mujeres organizan una reunión clandestina y deciden su próximo paso: vengarse de sus agresores o marcharse de la comunidad. Ambas películas ofrecen a sus protagonistas dos opciones: la guerra o la paz; seguir adelante y tratar de construir sobre los escombros, o encerrarse en la casa y quemarlo todo. Los caminos que escogen son radicalmente distintos, pero cada una encuentra en su decisión una fuente de rebeldía y renacimiento. Sin embargo, ¿qué sucede cuándo no puedes huir ni vengarte porque has perdido el nivel de conciencia que te permite despertar? ¿Qué sucede si la palabra «violación» queda disfrazada bajo el término médico «inseminación artificial»? ¿Qué sucede cuándo la violencia ejercida sobre tu cuerpo no tiene como propósito el placer masculino, sino que está al servicio de la «ciencia» y el «progreso»?
«El sueño de la razón produce monstruos», escribe el pintor Francisco de Goya en una esquina de su grabado número cuarenta y tres de la serie Los caprichos. Por un momento imagino que el hombre del cuadro se transforma en una mujer embarazada soñando en la cama de un hospital. Está rodeada de tubos delgados que transportan oxígeno, hormonas, ácido fólico y suplementos vitamínicos. A su alrededor revolotean lechuzas, linces, gatos, búhos y murciélagos. Pienso en Sor Juana Inés de la Cruz y el viaje que emprende en el poema «Primero Sueño»: su meta era alcanzar la omnisciencia mientras dormía, pues es el único momento donde el alma es libre y puede observar con claridad las leyes que rigen al universo. Antes de ascender a las esferas celestes, la monja contempla maravillada la máquina armoniosa que es su cuerpo, cómo cada parte tributa al todo de forma rigurosa y matemática. La imagino mientras presencia con espanto el crecimiento de un feto de origen inexplicable. Su cuerpo se convierte en prisión incluso cuando sueña, se cierra en sí mismo y le impide trascender sus fronteras.
En la primavera de 1895, Alice Guy, la primera directora en la historia del cine, recorría una feria de innovaciones científicas en París cuando una pequeña caja de cristal llamó su atención. Un médico francés había contratado a un avicultor especializado en criadoras de pollos para que diseñara una revolucionaria incubadora de bebés.[4] Un año más tarde Alice Guy dirige un largometraje perdido que algunos consideran la primera pieza cinematográfica de carácter narrativo; otros opinan que nunca existió, pero esa es una anécdota para otro día. En 1900, lanza un corto inspirado en el largometraje, La Fée aux Choux, que afortunadamente ha sobrevivido, donde una muchacha vestida de hada mueve su varita y a sus pies se abren coles cargadas de bebés hambrientos. En un último ejercicio de alquimia, decido convertir al hada en un doctor de bata larga que apunta en su talonario nombres de fertilizantes con caligrafía irregular. Llegada la temporada de cosecha, apartará una a una las hojas de las mujeres coles hasta llegar al centro duro y blanco donde se esconde el fruto.

II
Un mes después de la publicación del artículo en El País, la historiadora Yamilet Hernández Galano, de la Universidad de La Habana, nos habló sobre la época dorada de la «maternidad científica» en Cuba, en una conferencia impartida en la Casa de las Américas durante la vigésimo novena edición del Coloquio Internacional del Programa de Estudios de la Mujer.[5] Antes de discutir el caso particular de nuestra isla les comentaré los orígenes de la disciplina, para aquellos que necesiten un poco de contexto.
El concepto «infancia» es una invención relativamente moderna. En la Edad Media “la idea de infancia no existe”.[6] A mediados del siglo XVII los niños comienzan a distinguirse de los adultos hasta considerarlos individuos con necesidades físicas y emocionales específicas, sin embargo, estas ideas “llegaron a las clases populares a finales del siglo XIX”.[7]
Antes no se esperaba que la madre se encargara personalmente de la crianza de los hijos: el mito del «instinto maternal» surge a finales del siglo XVIII, y no se impondrá sin resistencia.[8] La figura que había sido tradicionalmente responsable del cuidado de los bebés era la nodriza, tanto en las familias de clase alta como en los barrios pobres. Con la aparición de la burguesía, uno de los principales problemas que demandaba solución eran las altas tasas de mortalidad infantil. Comienza entonces una campaña masiva que incluyó el lanzamiento de manuales sobre el cuidado de los niños, la implementación de medidas estatales y la unificación del trabajo doméstico y la crianza por parte de la figura materna. «Para ser una buena madre a una mujer ya no le bastaba con leer los consejos de un libro sobre la crianza e interpretarlos a su manera, debían seguir las direcciones de los expertos, que eran generalmente médicos varones que esperaban una obediencia ciega».[9]
En Cuba, nos explicaba Yamilet Hernández Galano, el proceso de construcción del Estado nacional inicia en 1902, y una de las cuestiones que preocupaba a los políticos era la formación del ciudadano perfecto: civilizado, comprometido y saludable. En 1913 se funda el Departamento de Higiene Infantil, y unos meses más tarde comienzan a celebrarse los primeros Concursos de Maternidad en la isla: el premio era entregado al niño mejor creado, asistido y cuidado. Los requisitos para participar en la competencia incluían la nutrición exclusiva del bebé a base de leche materna; la adopción de un régimen alimenticio estricto para la madre confeccionado por los doctores; la visita diaria a las consultas médicas; la inspección rutinaria de la higiene del hogar; la inscripción del niño en el registro civil y el rechazo a cualquier creencia nacida de la sabiduría popular. Las mujeres eran consideradas madres por naturaleza, pero carecían de los «conocimientos modernos» necesarios para producir un ciudadano perfecto sin la asistencia continua de los doctores. El discurso científico se convierte entonces en una herramienta para controlar la maternidad, el cuerpo femenino y sus espacios.
Escuchábamos las palabras de la historiadora mientras se sucedían diapositivas con recortes de revistas de la época. Madres blancas de clase media sujetan a bebés rollizos apoyados en taburetes; las fotos recuerdan a los campesinos ganadores de las ferias agrícolas, que cargan a duras penas una calabaza gigante y sonríen a la cámara, pero estas mujeres no muestran ninguna expresión. El único espacio donde se tolera la alegría en estas revistas es en la sección de comerciales; allí verás a embarazadas sosteniendo botellas de cerveza Cabeza de Perro, maltas Tivoli, paquetes de cigarrillos, todos aprobados por la Ciencia, siempre que las marcas contribuyeran con una cifra generosa a la publicación de la revista.

III
En el mes de febrero decidí añadir a mi lista de pendientes a una autora colombiana. La Feria Internacional del Libro me hizo percatarme que mis aventuras con la literatura contemporánea de este país solo llegaban a Gabriel García Márquez, que no cuenta porque es lectura obligada. Escogerla fue fácil, pues ya venía recomendada por varios amigos y además ganó el Premio Casa en el 2014. Los relatos de Margarita García Robayo parecen ejercicios de escritura encargados por su psicoanalista: el título de la colección, Primera persona, anticipa su naturaleza autorreflexiva.
El cuento «Leche» narra su experiencia como madre primeriza. A medida que avanza el relato, la escritora desmonta una serie de verdades incuestionables alrededor de la lactancia, proclamadas por la sociedad con la rigidez de los dogmas religiosos. La lactancia no tiene espacio para las madres que se aparten de la norma: aquellas que no puedan o no quieran alimentar a su bebé exclusivamente con leche materna serán juzgadas con fuerza donde quiera que vayan. La sensación de fracaso e impotencia les impedirá ver que no son el problema: su situación trasciende lo individual y tiene sus raíces en un sistema donde los cuerpos maternos deben cumplir con los más altos estándares de productividad y eficiencia, sin emitir queja.
«Nadie podría decir que está bien no darle teta a un bebé, o que darle teta exclusivamente durante seis meses sea un error. Está médicamente comprobado que la leche materna es el mejor alimento para un niño y que, quienes puedan hacerlo, deberían. Pero desconocer que no todas las mujeres pueden es profundizar la exclusión en un terreno en el que no tendría que haber ninguna. Conozco al menos diez casos recientes y cercanos de mujeres que no pudieron darle teta exclusiva a sus bebés, o que no pudieron darle una gota. Cuando la excepción a la regla es tan amplia, hay algo que está mal con esa regla.»[10]
Estudios recientes han demostrado la presencia de micro plásticos en la leche materna[11], y no es de extrañar cuando consideramos que el agua y los alimentos que consumimos están atravesados por la contaminación ambiental. Quizás en un futuro no tan lejano existirá una diferenciación entre la teta libre de plástico y la poluta, y las madres que no consuman alimentos 100% orgánicos y agua filtrada de manantial tendrán que bajar la cabeza cuando paseen a sus bebés en coches sintéticos porque no pudieron costear el de bambú. La autora señala en su relato todos los factores de clase, raza y anatomía que se interceptan en el acto de dar el pecho, factores que escapan de nuestro control y que son sistemáticamente ignorados, pues contradicen el cuento de la maternidad sin trabas, mágica y natural, tan antigua como el mundo.
Margarita García Robayo teme que darle la leche a su bebé en biberón disminuya el vínculo afectivo que solo puede establecerse en el contacto directo de piel a piel según “la Ciencia”. Su lado racional comprende que maternar es mucho más que dar el pecho, sin embargo, las pocas horas de sueño, la incertidumbre de ser madre primeriza, la presión social: todo conspira para convertir una experiencia que debería ser placentera en un pozo inagotable de ansiedad y remordimiento.

En la película peruana La teta asustada (2009), de la directora Claudia Llosa, el trauma de una guerra se transmite a través de la leche materna. Fausta, hija de una mujer indígena violada por los militares, tendrá que superar un largo historial de violencia ingerido desde la infancia, para reclamar su derecho a encontrar la felicidad en un país que no la deja respirar. Otra pieza cinematográfica, Crimes of the future (2022), comienza con un filicidio. En un futuro distópico un niño nace con una mutación genética que le permite alimentarse de plástico y su madre no lo reconoce como propio: su incapacidad de nutrirse a través de ella lo convierte en un monstruo. Ambas películas abordan el impacto del pasado en las nuevas generaciones y el papel de las madres a la hora de efectuar esta compleja transición. Las cintas no las culpabilizan por sus acciones, sino que ofrecen el contexto necesario para comprender las causas que las llevaron a sobreproteger a la hija en un caso, o a terminar con su progenie en el otro.
En marzo de 2023, mientras algunos países celebran el Día de las Madres[12], muchas mujeres aún se sienten fábricas de leche o vientres andantes y otras defienden su derecho a no ser madres. Pienso en quienes maternan fuera de los límites de la biología; en ginecólogos que no escuchan las palabras de sus pacientes; en las células de Henrietta Lacks[13] dando luz a otras células mientras su cuerpo negro y pobre descansaba en la morgue de un hospital. Pienso en las mentiras que le dijeron a la escritora mexicana Isabel Zapata antes de su parto: “el sufrimiento es mental; tu bebé sabe nacer; tú sabes parir; puedes evitar el dolor si aprendes a controlar tus respiraciones; tenerla en tus brazos por primera vez será el momento más feliz de tu vida”.[14] Recuerdo la frase de la periodista española Nuria Labari cuando dice: “La maternidad es un cuchillo sin empuñadura, imposible agarrarlo sin clavártelo”[15] y rescato los versos punzantes de la poeta venezolana María Auxiliadora Álvarez:
usted nunca ha parido
no conoce
el filo de los machetes
no ha sentido
las culebras de río
nunca ha bailado
en un charco de sangre querida
doctor
no meta la mano tan adentro
que ahí tengo los machetes
que tengo una niña dormida
y usted nunca ha pasado
una noche en la culebra
usted no conoce el río[16]
[1] Artículo publicado el 2 de febrero de 2023 y firmado por Lucas Reynoso en la sección de Bioética de El País.
[2]Smajdor, Anna. “Whole body gestational donation”. Publicado en la revista Theoretical Medicine and Bioethics en el 2022.
[3] Artículo compartido por el portal de bioética Bioedge, firmado por Michael Cook.
[4] En 1878, el ginecólogo parisino Stephane Tarnier da un gran paso al contratar a la criadora de pollos Odile Martin para que le fabrique una serie de incubadoras. (Fuente: https://www.galenusrevista.com/?La-azarosa-historia-de-las)
[5] Yamilet Hernández Galano: “El diseño de la maternidad científica en Cuba (1909-1940)”, Facultad de Filosofía, Historia y Sociología, Universidad de La Habana. Conferencia presentada el 20 de febrero de 2023 en Casa de las Américas.
[6]Philippe Ariès (1962): Centuries of Childhood: A Social History of Family Life, traducción de Robert Baldick, New York, Alfred A. Knopf.
[7] Louise Tilly, Joan Wallach Scott (1989): Women, Work, and Family, Psychology Press.
[8] María de la Macarena Iribarne González (2010): “Discursos sobre la maternidad científica. Una perspectiva crítica”, Investigaciones Feministas, vol. 1 pp. 193-212.
[9]Rima D. Apple (2006): Perfect Motherhood: Science and Childrearing in America, New Brunswick, New Jersey and London, Rutgers University Press.
[10] Margarita García Robayo (2019): Primera Persona, Editorial Tránsito.
[11] Shaojie Liu et al: “Detection of various microplastics in placentas, meconium, infant feces, breastmilk and infant formula: A pilot prospective study”, Science of The Total Environment, Volume 854, 2023.
[12] Cuarto domingo de la cuaresma, denominado “Mothering Sunday”, en Irlanda y Reino Unido.
[13] Mujer afrodescendiente, donadora, sin su consentimiento, de células de su tumor canceroso, para originar una línea de cultivo celular inmortal (denominadas, en su memoria, células HeLa). Con las células de Lacks se han realizado más de 70 000 experimentos científicos en todo el mundo.
[14] Isabel Zapata: In vitro, Almadía Ediciones, 2021.
[15] Nuria Labari: La mejor madre del mundo, Random House, 2019.
[16] María Auxiliadora Álvarez: Las nadas y las noches, Editorial Candaya, Barcelona, 2009.
Excelente. Muy buena exposición de un tema tremendamente actual (véase el caso Ana Obregón, «madre» a los 68 años por alquiler de vientre), desde puntos de arranque disímiles, que avanzan por caminos diversos pero convergentes, con una múltiple dimensión cultural y política muy aguda y bien procesada. Felicidades a la autora y a La Ventana.